Reza el proemio de las Constituciones de la Compañía, en su nº 134: “aunque la suma Sapiencia y bondad de Dios nuestro Criador y Señor. es la que ha de conservar y regir y llevar adelante en su santo servicio esta mínima Compañía de Jesús (…)”. En algunos momentos de nuestra historia, nos ha podido traicionar una manera grandilocuente de ver las cosas, aunque fuese con la mejor intención de ayudar. Ya desde el principio, San Ignacio calificaba a la Compañía como mínima porque se identificaba con el Señor puesto en Cruz. Y esto no implica perseguir honores, medallas o prestigio.
Hoy hemos usado este calificativo para referirnos al momento presente de la Orden marcada, especialmente en Occidente, por la disminución numérica. Pero nos equivocamos si confundimos una “mínima Compañía” con “una Compañía de mínimos”. Pues seguimos confiando firmemente en que Dios sigue llamando a jóvenes a su seguimiento. Vivimos de la seguridad de que es Él, y sólo Él quien conduce a la Compañía por los caminos que considera mejores.
Evidentemente esto implica ponernos a la escucha del Espíritu, desde el reconocimiento de que debemos seguir la llamada del Señor, sin confundir medios con finalidades. Por eso, ahora es un tiempo privilegiado, como lo son todos los tiempos de Dios (Kairós). Asumir la propia debilidad no es falsa humildad. Quizás poner la confianza en las apariencias o en ciertas maneras de estar que debieran ser superadas. Que el Señor nos conceda la consolación de vivirnos como Mínima Compañía.
Enric Puiggròss, SJ
2024 09 30