Primero Dios, entonces y ahora

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El pasado 27 de septiembre celebramos 481 años de la fundación de la Compañía por la Bula papal «Regimini militantis Ecclesiae». Me hubiera gustado haber escrito en ese momento, pero la infección mandaba. Ni tenía fuerzas ni podía ponerme escribir ante un teclado por estar en el hospital y bajo el régimen de antibióticos cada cuatro horas. La experiencia de la enfermedad que me sobrevino el día 6 de septiembre hizo imposible que os expresara el enorme agradecimiento por el carisma ignaciano en esa fecha tan especial del comienzo de la Compañía. La convalecencia obligada en el hospital me ha hecho experimentar algo propio de estos Aniversarios Ignacianos: la Presencia de Dios es más profunda y más intensa en el momento en que nos quedamos sin fuerzas, sin defensas y sin salida conocida. Este Dios que se comunica, trabaja desde dentro de forma casi inapreciable y, cuanto más retrocedemos en nuestras fuerzas, más brinda confianza y fuerza para el camino.

Volviendo a la fundación de la Compañía en 1540, nos puede ayudar a releer un carisma que quiere responder hoy. Esos primeros jesuitas expusieron su modo de proceder ante el Papa Paulo III con una enorme ilusión: la experiencia profunda de los Ejercicios les llevaba a verse como cuerpo apostólico al servicio de la Iglesia con disponibilidad, con deseos de poner la predicación y la transmisión de la fe como centrales junto a las obras de misericordia. También la pobreza se encontraba en el centro de su modo de ser para poder expresar el seguimiento a Jesús en una Compañía incipiente y de tan solo diez miembros en ese momento.

En ese momento histórico, estos primeros jesuitas expresan un modo de discernir su propia vida. Actualizan su relación con Jesucristo. No se trata de hacer o de ser eficaces. No se trata de responder a nuestras idealizaciones. Actualizarse con Jesucristo es afectarse por él en un mundo lleno de desafecciones. En el siglo XVI, había motivos de desafección misional e institucional en la crisis cultural y religiosa europea del momento. Hoy en día, actualizar la relación con Jesucristo es una invitación a discernir sobre las desafecciones actuales que pueden llegar a instalarse e incrustrarse en nuestro interior, abandonando el carisma ignaciano que sigue en camino, en desarrollo y en apertura al Espíritu. Discernir el carisma ignaciano nos ayuda a detectar que las desolaciones pueden cubrir nuestra vida con muy buenas razones y dejarnos aislados, hundidos en el fatalismo. Discernir el carisma ignaciano nos ayuda a buscar las invitaciones donde “salir del propio amor” nos hace más libres, más generosos, más abiertos ante interrogantes que siguen apareciendo sobre nosotros: la secularización, la injusticia, la superficialidad ante la vida o la búsqueda de sentido, la inmigración rechazada, el descuido ecológico o la falta de horizonte para los más jóvenes.

Por eso, mirando al ayer desde el hoy, se nos invita a «tener ante los ojos siempre primero a Dios». Quizás las tensiones sociales o las nuevas situaciones vividas en el último año y medio nos hacen situar otras cosas antes que Dios. ¿Está Dios siendo lo primero? O, al menos, ¿es Dios guía para este momento en el que vivimos? Desde este primer plano de Dios, surge una comunidad que se siente llamada a seguir a Jesús en un cuerpo, que es «camino» hacia Dios. Cada uno no se pretende realizar en solitario sino con otros jesuitas y en colaboración con tantas personas que hoy nos ayudan en la misión, desde diversas vocaciones. Lo que en 1540 era una experiencia germinal toma hoy contornos distintos, pero anclados en Dios y hacia la misión. Por ello, con ese mismo deseo, pedimos a Dios que se digne Él «favorecer estos nuestros débiles comienzos, a gloria de Dios Padre, al cual se dé siempre toda alabanza y honor por los siglos. Amén».

Antonio J. España, SJ

2021 10 04

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