Tras la Solemnidad de Todos los Santos y en el día de los Difuntos de hoy, celebramos el recuerdo de tantas personas que han sido modelo para nuestra vida y de todas aquellas que conocimos y amamos o que, simplemente, vivieron a nuestro lado y a las que echamos de menos. El papa Francisco nos recuerda, en su última encíclica: «No podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno» (FT 248).
Quizás la amnesia se va apoderando de nosotros como personas creyentes y como sociedades antes cristianas. Quizás, se nos nubla la mirada o aparecen dudas ante el misterio de la vida y de la muerte, de los caminos recorridos y de las ausencias que sentimos golpeando el corazón. La falta de memoria apunta a la falta de fe, de confianza y de encontrar acogida en Dios. La muerte que vemos alrededor se muestra como un parón total de todo lo humano y de todo lo existente. El fin rotundo de la vida.
La
respuesta actual para ello se expresa comúnmente con la frase «es lo que hay».
Muchas veces en velatorios y duelos recurrimos a estas palabras que nos sitúan
en la realidad más evidente: los que existían dejaron de ser, de vivir, de
sentir, de estar… Esta formulación es realista y contempla la muerte tal como
la vemos. Sin embargo, los cristianos le ponemos un «pero» a ese «es lo que hay», porque
presentimos que no es todo lo que hay. Asomarnos a lo que puede haber de más,
adentrarnos en el misterio humano transcendente y vislumbrar (ver de forma
imperfecta) que hay llamadas y luces que
nos invitan a divisar que somos algo más que seres hacia la muerte.
En medio de la pandemia, hemos sufrido la muerte de seres queridos y de
compañeros. También vemos con dolor el número enorme de fallecidos. Sumamos a
ello las muertes por injusticias, hambre, guerra, desastres naturales,
desastres ecológicos puntuales o continuos, asesinatos,… y la fiesta paradójica
de hoy por los difuntos se amplía y crece mucho más hasta tratar de abarcar
toda la humanidad. Llama la atención, en este sentido, que los medios de
comunicación no se han aproximado a lecturas religiosas razonables que ayudan a
leer a través de lo que hay.
«Incluso la muerte queda iluminada y puede ser
vivida como la última llamada de la fe, el último «Sal de tu tierra
«, el último «Ven «, pronunciado por el Padre, en cuyas manos
nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso
definitivo» (Lumen Fidei 56). Experimentamos la muerte en otros,
intuimos la muerte propia, cercana o lejana y, siendo sufrimiento y sinsentido,
se deposita una confianza mayor y más amplia en un futuro que no podemos llegar
a imaginar. Es verdad que la tradición cristiana nos ha dado una escenografía
sobre todo ello con narraciones sobre el infierno, purgatorio, cielo…. Quizás
necesitamos hoy adoptar una nueva lectura para que no sean escenarios cerrados
o insoportables que dicen muy poco a la humanidad de hoy. La muerte en
cristiano se ve como vida por entregar tal como la vivimos cada día en
Jesucristo. «Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él,
exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!”» (Mc 15,39).
Ojalá podamos dar gracias, desde el recuerdo
atento, por tantas personas queridas que han pasado por el mundo. Ojalá que
estas celebraciones nos hagan tener presente de nuevo quiénes somos y quiénes
hemos sido. Ojalá que este recuerdo nos lleve a una nueva fe que, con dudas y
temores, tratar de ver más allá de lo que hay.
01/11/2020 – Antonio J España SJ