Con motivo de los Aniversarios Ignacianos en clave navideña, nos podemos sumergir, una vez más, en el rico carisma ignaciano, un don más, entre otros muchos, para la Iglesia y del que no somos propietarios sino transmisores y, en lo posible, custodios fieles de este camino espiritual.
Desde este carisma, sentimos la llamada para ir más allá de lo ya conocido o experimentado con Dios. Detenernos en lo seguro o ya conocido puede dejar de llevarnos a la conversión misionera que nos pide la Iglesia. La Navidad es un tiempo para poder saltar hacia la imaginación transformadora que no se quede en un arquetipo cultural o en una tradición arraigada. Si queremos una Iglesia en salida, el acercamiento a las queridas imágenes del Nacimiento pide un paso más allá: recrear un espacio que sigue contando nuestra historia actual de forma profunda y total, aunque en un mundo distante al del siglo I: con más conciencia global de derechos humanos, de sensibilidad ecológica y democrática, de rapidez tecnológica y comunicativa; también con estridencias polarizantes, con deshumanización, con culto al éxito y a la imagen, y con miedos ante los otros, los que son distintos y llaman a la puerta, de noche, como María y José.
En los números 110-117 de los Ejercicios, Ignacio propone un acercamiento activo al misterio del descenso del Hijo de Dios. Y es que Cristo entra en la historia y nos pide acercarnos a los detalles. Quizás no tengamos tiempo de detenernos en lo más específico del camino a Belén, de la posada que les rechaza, de la cueva que les acoge, … Pero en el Nacimiento de Cristo necesitamos imaginación bendecida y tocada por el Espíritu. Esa imaginación genera un cambio de corazón y de mente que lleva a la conversión porque nos saca de lo que somos hoy, nos lleva a palpar lo totalmente Otro, lo que es distinto y no amenazante. Lo que nos une al Ser de Dios, Bondad y Bien, que nos cuesta tanto hoy trasmitir.
La pobreza de Jesús en el pesebre no es momentánea. Es una pobreza que es la médula del seguimiento que nos saca de la seguridad. J. M. Rambla SJ comenta sobre esta contemplación: “no se da pie a escapatorias fáciles para convertir la pobreza evangélica en algo un tanto platónico, como si se tratara solo de una actitud interior, sino que la pobreza pasa por la privación, dolor y humillaciones propias de los que viven pobremente”. Y este camino lleva al no éxito, a la no auto-afirmación, a la generosidad que no reclama salarios. Nos guste o no, en Belén se anuncia la Cruz que siempre nos cuesta asumir y vivir.
Ignacio, junto con muchos santos y santas, miraba la Navidad como un encuentro nuevo de imaginación renovada, de conversión siempre pendiente, de misión en salida y de pobreza evangélica que no para de llamar a nuestra puerta. ¿Qué responderemos este año?
¡Feliz Navidad!
Antonio J. España, SJ
2021 12 25 (Fotografía Belén colegio Inmaculada Gijón)