Consagrados. Con María, esperanza de un mundo sufriente

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La Jornada Mundial de la Vida Consagrada que celebramos el 2 de febrero pone ante nuestra mirada una fuerza presente en la historia de la Iglesia. La realidad actual en Occidente muestra el declive numérico de esta forma de seguimiento de Jesús. Si antes la vida religiosa era acompañada orquestalmente por la sociedad con el soporte del poder político y económico en un ambiente cultural tradicional, ahora esta sociedad, en su mayoría formalmente cristiana, parece no dar tanto espacio a entregar la vida de esta manera.

¿Qué está en el centro de vivir en pobreza, castidad y obediencia para la misión de Jesucristo? Sinceramente, lo único que emerge es la experiencia consoladora profunda del Evangelio de Jesús: “Yo os enviaré la promesa de mi Padre” (Lc 24, 49). Es vivir de forma total inspirados por las palabras de Jesús, su modo de relacionarse, de servir y de proclamar que Dios es amor, es decir, bondad que acoge lo más profundo del ser humano, con su dinamismo y con su pasividad, con su alegría y su sufrimiento.

Esta vivencia en la consagración está sustentada en ratos de silencio, de búsqueda, de celebración, de reflexión y de discernimiento ante la complejidad del mundo. Quizás ahora no abunden tanto los procesos personales que llevan a esta decisión, pero es una riqueza enorme de la Iglesia saber que Dios sigue invitando y que debemos pedir gracia para que aumenten respuestas generosas en todo el mundo, y especialmente en España. La llamada a esta forma de vivir la misión se vierte sobre servicios diversos a la sociedad desde educación, sanidad, centros sociales,… La Iglesia se hace presente en lo anterior de una forma peculiar que además aporta un sentido existencial que, de otra manera, no se daría.

Sabemos los errores cometidos no solo recientemente sino a través de la historia de la Iglesia. Sentimos con dolor que no acabamos de dar la talla y que nos queda mucho por mejorar. Sin embargo, ante esta sociedad, podemos abrir la puerta a la esperanza cristiana, representada en María. Su experiencia de aceptar la petición de Dios le llevó a vivir acompañada desde lo más hondo de su ser y de sentirse sostenida a pesar de la oposición hacia Jesús y su muerte trágica y angustiosa. En la Jornada por la Vida Consagrada pedimos a Dios para que se abran nuevas formas de experimentar la pasión profunda por Jesús y que sepamos llegar con ilusión al corazón de nuevos seguidores de Jesús que quieran adoptar una vida que es plena y que trae paz al mundo (Jn 20, 21).

Antonio J. España, SJ

2020 02 02

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